A lo largo de la vida, atravesamos diferentes etapas que, al dejarlas atrás, nos enfrentan a una sensación de pérdida. Este duelo no siempre es evidente, pero es profundamente personal. Al cambiar de entorno, hábitos o mentalidad, surge una nostalgia por la versión de nosotros que dejamos atrás.
Nos despedimos de quienes fuimos, de los sueños que ya no persiguen y de las ilusiones que se desvanecen en el camino. Aceptar que somos un constante ciclo de renacimiento y despedida puede ser doloroso, pero necesario. Al reflexionar sobre esto, nos damos cuenta de que este duelo no reconocido está presente en cada transición: al crecer, madurar, cambiar de trabajo o terminar una relación.
Cada una de estas etapas deja una huella y, aunque el cambio es parte natural de la vida, es válido sentir tristeza por lo que dejamos atrás. A veces, lo que más duele es aceptar que ya no somos la persona que solíamos ser, y eso, en su silencio, se convierte en un duelo.
Este tipo de duelo nos invita a reconciliarnos con nuestro pasado y a abrazar nuestras nuevas versiones. No se trata de olvidar, sino de honrar lo que hemos vivido y permitirnos seguir evolucionando. La nostalgia que sentimos por nuestras versiones anteriores es, en realidad, una muestra de lo lejos que hemos llegado.