Vivimos en una era donde la incertidumbre parece ser la única constante. La pandemia nos recordó, de forma abrupta, que el control es una ilusión. Las restricciones, los miedos colectivos y la pérdida de nuestras rutinas nos dejaron enfrentándonos a una realidad impredecible. Pero más allá del impacto físico, el efecto en la salud mental ha sido devastador para la vida de muchos.
Vivir en incertidumbre prolongada genera ansiedad, inseguridad y la sensación de que nuestra vida está en pausa. Las decisiones que antes parecían sencillas —como mudarse, cambiar de trabajo o formar una familia— ahora se sienten imposibles de tomar. Esta inacción, producto del miedo a lo desconocido, nos sumerge en un ciclo de estrés constante.
Las personas que solían tener claros sus planes de vida, hoy se encuentran cuestionando sus decisiones más fundamentales. ¿Debo esperar a que las cosas vuelvan a la normalidad? ¿Cuándo es seguro planear el futuro? Estas dudas no solo paralizan nuestras acciones, sino que también erosionan nuestra confianza en el propio sentido de control sobre nuestras vidas.
En tiempos de incertidumbre, es crucial encontrar mecanismos de adaptación que nos ayuden a enfrentar el estrés y a recuperar el sentido de dirección. Esto podría implicar aceptar que no podemos prever todo y aprender a vivir con un margen de flexibilidad. A veces, pausar está bien, siempre que sepamos que la vida, aunque incierta, no se detiene para siempre.