La historia de la reina Isabel II y Felipe de Edimburgo ha sido, sin duda, un cuento de hadas. La pareja se conoció cuando la —entonces— princesa tenía apenas 13 años y él 18; sin embargo, lo suyo fue amor a primera vista. Fue en 1943, durante una cena de Navidad, que estos comenzaron un vínculo para terminar comprometiéndose en secreto en 1946.
Cuando su padre, el rey Jorge VI, conoció la decisión de su hija, se opuso rotundamente. No obstante, con el pasar del tiempo, pudo comprobar que su amor era real y dio su bendición para que la pareja pudiese consolidar su amor. La boda de Isabel y Felipe se llevó acabo el 9 de julio de 1947 y se convirtió en la primera ceremonia real desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
A pesar de que podría considerarse que la ceremonia fue perfecta, la verdad es que sucedieron varios infortunios que podrían haber pronosticado un mal augurio para la pareja. El primer imprevisto al que se enfrentó Isabel fue que la tiara de diamantes de su abuela se rompió unas horas antes de dar el 'si quiero', así que el joyero real tuvo que arreglar urgentemente la tan preciada joya familiar.
Tras haber solucionado dicho problema, la reina Isabel II se percató de que había olvidado un antiguo collar de dos hileras de perlas, así que su secretario tuvo que salir a buscarlo. La monarca se enfrentó también a problemas con su vestido y a la pérdida de su ramo de orquídeas blancas. A pesar de que muchas personas hubiesen preferido no casarse al enfrentarse a tantos inconvenientes con la creencia de así poder evitar la mala suerte, la pareja demostró que su amor era más firme que cualquier infortunio, por lo que juntos se convirtieron en el matrimonio más longevo de la historia.