La cultura de la cancelación ha ganado fuerza en la última década, transformándose en un fenómeno con una capacidad devastadora. Lo que antes eran pequeños escándalos o errores que se perdonaban, hoy pueden acabar con carreras en cuestión de días. Y, a menudo, los responsables de llevar a cabo este juicio público no son más que los propios fans, aquellos que más adoraban a sus ídolos.
Puede interesar: "La polémica razón por la que buscan cancelar a Blancanieves"
No es raro ver cómo el fandom, ante la más mínima ofensa, se convierte en el juez y verdugo de una estrella. Lo hemos visto con celebridades como Doja Cat, quien perdió una enorme cantidad de seguidores por no complacer al fandom o por simplemente no cumplir con las expectativas que su comunidad proyectaba sobre ella. La cancelación ya no se trata solo de reprochar actitudes problemáticas, sino de exigir perfección constante, lo cual es humanamente imposible.
Este fenómeno plantea preguntas importantes sobre el poder que tienen las masas en la era digital. ¿Es justo que una carrera de años se vea destruida por un solo desliz o malentendido? Y lo que es más preocupante, ¿cuántas de esas cancelaciones están motivadas realmente por el deseo de justicia y cuántas responden a la necesidad de sentirse superior o vengado por parte del espectador?
Lo cierto es que, detrás de cada cancelación, hay vidas y trayectorias que quedan en el limbo. Quizás la solución no esté en cancelar, sino en aprender a cuestionar desde un lugar de empatía. Porque, aunque el poder de los fans es innegable, su capacidad para arruinar vidas también lo es.