Llegas a tu casa, cansada o cansado. Ha sido un día duro. Otra vez tu jefe estuvo de malas y no encontró mejor manera de lidiar con sus problemas que cargarte de trabajo. Ya no importa. Ahora estás en la tranquilidad de tu hogar, a punto de degustar ese plato de comida que tanto esperabas. Cierras los ojos para sentir el aroma del manjar, pero antes de que te puedas dar cuenta, el plato ya está vacío. No sabes cuándo ni cómo pasó, pero tu estómago ya está repleto y ahí viene la indigestión y la sensación de pesadez. Lo que debería haber sido algo para disfrutar se ha convertido en culpa y arrepentimiento. ¿Os suena esta situación?
Es que la velocidad con la que comemos es uno de los principales temas con los que pelean nutricionistas y médicos alrededor del mundo. Hay consejos, recomendaciones y hasta estrategias que nos intentan dar para que podamos bajar el ritmo. Sin embargo, pocas funcionan. ¿A qué se debe esto? ¿Qué causa? ¿Realmente es tan malo como creemos?
La respuesta corta a todos estos interrogantes, sí, a todos, es "sí". La larga, en cambio, es un poco más compleja y trae consigo algunos testimonios interesantes. Esther Martínez Miguel y Silvia Gómez Senent, dos médicas y docentes universitarias, escribieron un artículo en The Conversation donde se centraron en los principales problemas que puede causar comer de manera acelerada.
Consecuencias de comer rápido
Un problema que causará el comer de manera apresurada es el aumento de gases en el cuerpo. Esta afección, que consiste en tragar cantidades excesivas de aire durante las comidas, se llama Aerofagia y puede causar una leve molestia, sensación de pesadez e hinchazón, dolor y distensión abdominal, que la barriga se infle, vamos.
Siguiendo por un camino similar, encontramos el segundo de los temas que listan las doctoras. Según explican, al comer rápido terminamos masticando mucho menos de lo que deberíamos, lo que lleva a que algunos alimentos lleguen al estómago en un tamaño que no deberían. Eso causa que el cuerpo tenga que hacer un esfuerzo mucho mayor para digerirlos (incluso llegando a no hacerlo de manera correcta), lo que provocará diversas molestias, siendo la sensación de pesadez la más común.
Ya saliendo de la indigestión y diversos problemas similares, aparece algo un tanto más sensible. En el cuerpo tenemos dos hormonas que regulan la saciedad y el hambre. La Grelina es la que nos dice cuándo tenemos ganas de comer, mientras que la Leptina nos avisa que ya estamos satisfechos. El tema es que la segunda de ellas, la más importante, tarda entre 20 y 30 minutos en activarse, por lo que, hasta que no lo hace, no tenemos nada que nos indique que estamos ingiriendo demasiados alimentos. En otras palabras, si comemos demasiado rápido, el cuerpo no se da cuenta de que ya no necesitamos más comida hasta que es demasiado tarde.
Por último, las expertas explican algo mucho más grave. Según destacan, diversos estudios han encontrado vínculos entre la velocidad a la que comemos y factores de riesgo cardiovascular, niveles elevados de triglicéridos y hasta un 59% más probabilidades de desarrollar síndrome metabólico.