Twitter, ahora llamado X, no solo ha cambiado de nombre, sino también de esencia. Desde que Elon Musk tomó el control en 2022, la plataforma ha sido escenario de un viraje hacia un discurso más extremo, amplificando voces de la derecha y generando un éxodo masivo de usuarios.
La llegada de Musk a un puesto clave en la administración de Donald Trump no hizo más que intensificar esta tendencia, provocando que figuras como Gabrielle Union, Lizzo y medios como The Guardian optaran por abandonar el barco. Pero, ¿es Bluesky, con su millón de nuevos usuarios desde las últimas elecciones, una verdadera solución o solo un parche temporal?
El problema de fondo no es solo Musk ni la política: es el diseño mismo de las redes sociales. Como señaló The Guardian, estas plataformas son infiernos construidos para maximizar el conflicto. Millones de usuarios que en la vida real se evitarían a toda costa, aquí chocan continuamente, azuzados por algoritmos que premian el drama.
¿El resultado? Una espiral de bullying viral, amenazas y una tensión social que sobrepasa la capacidad humana para procesarla. Y, a pesar de todo, muchos nos quedamos, como en una relación tóxica, atrapados por la inercia y la esperanza de que algo cambie.
Ahora, con Bluesky en ascenso, el dilema es claro. Migrar a una nueva plataforma promete un respiro de la toxicidad, pero no aborda las raíces del problema: la falta de responsabilidad colectiva y la permisividad de discursos dañinos. ¿Es suficiente con crear espacios más seguros, o necesitamos también confrontar el odio donde se origina?
Hay quienes defienden la idea de resistir en X, argumentando que abandonar el espacio lo cede completamente al radicalismo. Sin voces que cuestionen y confronten, la radicalización encuentra terreno fértil. Sin embargo, otros, agotados de las peleas interminables y de un entorno diseñado para el conflicto, ven en la huida una forma de autocuidado.
Quizás la verdadera solución no esté en una sola plataforma, sino en cambiar la forma en que las usamos. Limitar nuestra exposición, priorizar interacciones significativas y, sobre todo, recordar que no tenemos que estar en todas partes para ser escuchados.