Las falsificaciones de ropa y zapatillas no son nada nuevo. Han estado ahí desde siempre, como una sombra de la moda oficial, pero, últimamente, el asunto ha tomado una nueva dimensión: según un informe de la Oficina de Propiedad Intelectual de la Unión Europea, las empresas europeas perdieron unos 50.000 millones de euros y se dejaron de crear 416.000 empleos por culpa de las falsificaciones. Las más afectadas: las industrias de la moda y la perfumería. Sin embargo, el dato más curioso no es ese, sino que la generación Z no solo no se avergüenza de comprar ropa falsa, sino que lo lleva con orgullo.
Muchos influencers, sobre todo en plataformas como TikTok, hacen unboxings de falsificaciones y las muestran con satisfacción, emocionados por haber encontrado una versión casi idéntica a la original, pero a un precio mucho más accesible. Este fenómeno es un cambio radical en comparación con lo que pasaba hace unos años, cuando las falsificaciones trataban de pasar desapercibidas, imitaciones casi clandestinas que intentaban parecer reales. Ahora, ya no se ocultan. El contexto, como siempre, lo cambia todo.
Porque no es solo una cuestión de “ahorrarse un dinero”. Hay algo más profundo aquí. Por un lado, el capitalismo ha creado una necesidad constante de consumir ropa, a un ritmo que nadie necesita, pero que todos parecen seguir. ¿Cuántas veces al año aparece un nuevo "imprescindible" que te venden como necesario? Y luego está el factor económico: muchxs jóvenes, a pesar de trabajar, no logran independizarse. No pueden permitirse comprar prendas de las marcas que ven en Instagram o desfiles. Así que, ¿qué hacen? Compran falsificaciones. No por capricho, sino porque el sistema los empuja a ello. Y, en el fondo, ¿a quiénes deberíamos culpar?
Cargar toda la culpa en el consumidor de ropa falsificada es injusto. Claro que hay responsabilidad individual, pero también es el sistema el que ha creado esta presión. En un escenario donde cada vez es más difícil alcanzar los estándares de consumo que el propio capitalismo impone, las falsificaciones se han convertido en una respuesta, casi en un acto de rebeldía. Muchos jóvenes no tienen reparos en mostrar sus compras fake como un gesto de protesta, un "tú me muestras lo que no puedo tener, pero yo encuentro la forma". Al final del día, la pregunta es: ¿quién engaña a quién?