"A tus atardeceres rojos se acostumbraron mis ojos" decía Joan Manuel Serrat. Y aunque no pretendía dejar en la memoria de los hombres su canción, definía a la perfección al Mediterráneo y se instalaba para siempre en un rincón, en un papel o en un cajón de todo aquel que tuviese la fortuna de oír sus versos por primera vez.
Durante años, se pensó que aquella canción había sido producto de una tarde de primavera en el Monasterio de Montserrat. Sin embargo, la historia que oculta nada tiene que ver con inspiraciones repentinas, con la vida invitando un café o con preguntar al mundo por qué y por qué, sino con el accionar de aquellos tipos contra los que Joan Manuel Serrat tenía algo personal.
Joan Manuel Serrat llevaba ya más de un año lejos de casa, acompañando a su sombra, perdiendo sus pasos entre tanta gente. Exiliado por tiranos que siempre se abrazan entre ellos. Allí, mientras miraba la costa de México, dedicó sus palabras al Mediterráneo, aquel cuyo nombre le sabe a tierra. “Agarré el coche y me fui a un lago, aunque sólo fuera por hacerme a la idea del mar que yo añoraba. Es en esos casos cuando me doy cuenta de que para mí, el mar, y concretamente el Mediterráneo es una identidad: una identidad feliz", contó él mismo.
Por fortuna, su adiós fue de papel y Joan Manuel Serrat pudo regresar a la tierra que lo vio nacer. Siempre supo que el camino se hacía al andar y no se quedó viendo el tiempo pasar. Esa es la historia que oculta su canción más emblemática, la que escribió en su peor momento, pero que fue la culpable de sus mejores años.