Al igual que tantas otras actrices de su época, Charo López tuvo que sacar a relucir toda su ferocidad y su carácter para no sucumbir ante un mundo que resultaba difícil e injusto para las figuras femeninas. Por eso, fiel a las costumbres de aquel momento, consiguió labrarse una fama de dama de hierro que aún hoy causa que algunos sectores frunzan el seño al escuchar su nombre.
Sin embargo, Charo López nada tiene que ver con el mito que se había forjado a su alrededor. Aquella "moza inconquistable" cuyo corazón parecía inalcanzable —según se lee en algunas reseñas sobre su persona— no era más que una muchacha típica, quizás adelantada a sus tiempos, que cometió el impensado delito de conservar su libertad a pesar de vivir dos grandes amores.
El primero de ellos fue Jesús García de Dueñas, con quien se casó en 1965 tras un año y medio de noviazgo, mientras su padre ponía el grito en el cielo y se negaba a la unión de "dos niñatos inconscientes". Gracias a él, comenzó su carrera en el cine, luego de que en una cena le presentara al director Gonzalo Suárez y este le ofreciera un papel en 'Ditirambo'.
Tras siete años, esa historia llegó a su fin y Charo siguió con su carrera, resistiendo contra lo que había calificado como "ese mito de belleza", por lo que dejaba en evidencia que no necesitaba de un hombre para desarrollar su papel en el mundo del espectáculo. Así llegó a Argentina, un lugar en el que podía decir "aquí estoy yo como actriz" y que terminó siendo el escenario de su romance con Carlos Gabetta, un periodista represaliado por la dictadura. Con él se casó en Buenos Aires en 1988.
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Desde 1993 no se conocieron más historias de amor en la vida de Charo López, quien ha sabido enaltecer su soledad, algo que ha generado muchas más críticas que las que había esperado. Poco parece haberle importado a ella, consciente de la mirada de una sociedad que, aún a día de hoy, cree en doncellas y príncipes y que siempre ha fruncido el seño al escuchar su nombre.