El mundo sigue llorando la muerte de Raffaella Carrá, la icónica artista italiana que derribó prejuicios y que puso a bailar a varias generaciones. Su partida reveló los enormes actos de solidaridad que llevaba a cabo, muchos de ellos en silencio, ya que su intención no era mostrarse sino verdaderamente dar una mano a quienes lo necesitaban. En esa línea, también ha sido generosa con su herencia.
Mientras aún vivía, la intérprete de clásicos como Fiesta y Hay que venir al sur cedió una de sus propiedades a la Confraternità di Misericordia di Porto Santo Stefano, una organización dedicada a la ayuda social y sanitaria en esa localidad turística de la región de la Toscana. Raffaella Carrá donó a la entidad un inmueble de 160 metros cuadrados, que ella utilizaba como gimnasio. La diva tenía una villa en Cala Piccola, muy cerca de allí, y siempre se acercaba a la asociación para aportar su granito de arena.
“Roberto, soy Raffaella, pensé en una cosa. Me gustaría regalarte una de las propiedades que tengo en Porto Santo Stefano. Puedes hacer tus actividades allí”, le dijo la artista italiana a Roberto Cerulli, dirigente de la Confraternidad. Raffaella Carrá no quiso que se emitiera ningún comunicado de agradecimiento, ya que se trataba de una donación desinteresada, alineada con los ideales de la cantante y su lucha por un mundo mejor.
“Su presencia se caracterizó por la hospitalidad, la disponibilidad y la dulzura”, reveló Cerulli al hablar de la reunión con la artista y el notario para el trámite de cesión. Sin embargo, notó que algo sucedía con la salud de Raffaella Carrá: “En esa reunión tuve un extraño presentimiento; a pesar de su dinamismo habitual, se quedó con gafas oscuras y una mascarilla bien ajustada.... Parecía querer esconder algo, y quizás, a la luz de esta tragedia, creo que quería guardar su feo secreto más para sí misma que para mí”, explicó. El tiempo le daría la razón, dado que la diva ya estaba enferma, pero eso no apagaba la enorme fuerza de su corazón y sus deseos de ayudar.