En 2014, Verónica Forqué tomó la valiente decisión de terminar la relación con su marido, tras más de tres décadas, ya que, según sus palabras, sentía que estaba “viviendo una mentira, porque ya no estaba enamorada de él”. Hacerlo le causó cierto miedo, pero también le sirvió para encontrar una gran aliada y compañera, que no se desprendería de ella hasta el último día de su vida: su hija María.
Si bien siempre vivieron juntas en la casa de la actriz en pozuelo de Alarcón, su relación se afianzó aún más tras la separación y tras la muerte del hermano de Verónica, que llegó al poco tiempo de la misma. María no dejó de acompañar a su madre y comenzaron a unirse aún más. Fue su pilar y juntas compartieron salidas, eventos, alfombras rojas, programas de televisión y, sobre todo, viajes. Ambas hacían dos viajes por año, obligatorios, ya que era una de las grandes pasiones de Forqué y algo que era imposible realizar con su exmarido, al que no le gustaba salir de España.
María ha aprendido casi todo de su madre. Su amor por el arte, su manera de transgredir, su espiritualidad y su fanatismo hacia los animales. Esas mismas enseñanzas son las que hacen que se mantenga de pie y que se tome lo sucedido de una forma diferente, aunque no por eso menos triste. “La muerte no existe, ahora mi madre está conmigo y con todos las que la aman", han sido sus palabras sobre el fallecimiento de su madre.
“Ella es una persona feliz, muy madura, que no se complica la vida por nada. Recuerdo que cuando la llevé a los campamentos saharauis teníamos que dormir en el suelo, a ella todo le parecía bien, es una niña muy inteligente”, decía Verónica en una entrevista en la que hablaba de su hija. Quizás ese sea el mejor resumen que podría tener sobre su relación. Ambas se seguían hacia donde fuese, sin importar lo que tuviesen que hacer para lograrlo.