Ser millenial es algo complicado. A pesar de lo que muchos podrían llegar a creer, forman parte de una generación que cada vez tiene más difícil establecerse y comprar cosas materiales un piso, una casa o un terreno (se vuelven prácticamente un sueño). Por este motivo, el mercado apuesta a otras alternativas, que buscan aprovecharse de la búsqueda de la independencia y la emancipación para conseguir nuevos clientes. Así nació el Coliving.
En los papeles se trata de una extensión o evolución del coworking, pero adaptado al mercado de la vivienda. Gracias a esto, los residentes, generalmente jóvenes profesionales o estudiantes universitarios, compartirán un lugar de trabajo. Pero también una casa en la que podrán seguir intercambiando experiencias, tanto laborales como vitales, o al menos eso es lo que dicen algunos de sus impulsores, que sostienen, además, que el Coliving apunta a una generación que “no se centra en los bienes materiales, sino en lo que pueden vivir”.
En la práctica, sin embargo, se trata de alquilar una casa o un piso con otra persona, generalmente desconocida. No es nada del otro mundo, ni tampoco una novedad absoluta, pero el hecho de agruparlo en un nombre, darle entidad y fundar diferentes agencias destinadas a esto (o involucrarse en algunas inmobiliarias) ha causado que esto se transformara en un boom y genere, a día de hoy, más de 550.000 millones de euros al año en Europa.
Podríamos escribir infinidad de líneas que intentaran analizar por qué se produce todo esto y por qué puede resultar ciertamente peligroso y abusivo, pero lo cierto es que esta nueva forma de vida, más precaria para los inquilinos, pero más que rentable para los propietarios. Ha llegado para quedarse y no parece que nada vaya a hacerla peligrar.