En 2018 llegó Fatmagül a la televisión española y fue un éxito absoluto, dominando por completo el horario central. En ese momento, fueron muchos los que pensaron que se trataba de un fenómeno pasajero, que no iba a durar mucho, pero el tiempo les demostró que estuvieron muy equivocados.
Aquella primera aparición abrió la puerta a un sinfín de producciones turcas que, con menor o mayor éxito, instalaron una tendencia que parece que no se va a terminar, al menos en el corto plazo. La pregunta que surge, entonces, es ¿a qué se debe esto? ¿Cuáles son las claves de este éxito?
Para analizar este fenómeno tenemos que dividirlo en dos miradas diferentes. Por un lado, la de los productores y los dueños de los canales de televisión, que son quienes decidieron apostar por esto y que a día de hoy siguen manteniéndolo. Por el otro, el público en general, encargado de revalidar a cada uno de los títulos que lleguen.
En cuanto al primero de los puntos, la ecuación está más o menos clara. Las novelas turcas son muy baratas, cuestan solamente una décima parte de lo que demandaría producir una nacional. Los capítulos se compran ya hechos y como no hay que pagarle a ningún actor, actriz, técnico, director, directora o guionista, permiten que aquellas que no funcionen puedan ser canceladas rápidamente para probar con otra sin perder dinero en el medio. En otras palabras, es un negocio que casi no conlleva riesgos.
En lo que se refiere al público, la aceptación de estas series tiene que ver con el gusto por un tipo de historias que se fueron perdiendo en el tiempo. La modernidad prácticamente se olvidó de la novela clásica, de aquella con muchísimos capítulos, repletos de giros, traiciones, drama, romances, malvados, galanes y demás. Los estudiosos, los que se desesperan por atraer a las nuevas generaciones a la televisión, consideran que ese es un género menor, que no rinde y que no tiene un público o al menos no un público que les interese.
Los turcos, en su afán por expandir su mercado televisivo, analizaron la situación y se dieron cuenta de que la realidad era otra. Entonces invirtieron muchísimos millones en producciones que, además de poseer unos niveles de realización altísimos, que rozan la excelencia, reviven la novela más clásica, más pura, lejos de la velocidad, desenfado y liviandad de las series de hoy en día y con un código y un lenguaje que apunta directo al público occidental.
Así se produce una especie de embudo del que es muy difícil salir. Los dueños de los canales y las productoras ya entendieron que hay muchísimas personas que esperan por estas historias, pero en la mayoría de los casos no están dispuestos a invertir lo necesario para traérselas. Recurren entonces a lo que ya está hecho, el público lo consume y rápidamente pide una nueva, petición que es concedida con otro producto enlatado.
En resumen, por todo esto es que las novelas de Turquía llegaron para quedarse. Ya habrá tiempo para discutir o ver las consecuencias que traerá este fenómeno en la televisión local, pero por ahora nadie se va a fijar, porque llevan consigo las tres palabras mágicas que resultan las favoritas de gran parte de la industria: “bueno, bonito y barato”.