Hagamos un ejercicio. Busca en tus historias de Instagram. A cualquier persona. No es necesario que sea una celebridad. ¿Ves a muchas personas usando filtros? Pieles tersas, cutis sin imperfecciones, narices de Hollywood… Está claro que los filtros han llegado para quedarse. Mientras tengamos claro que se trata de un juego y que eso que vemos en la pantalla no es la realidad (ni tiene por qué serlo), no habrá problemas. Las dificultades comienzan cuando algunas personas no pueden tolerar no ser esa imagen retocada de sí mismos. Aquí aparece una baja en la autoestima, y con ella un nuevo mal: la dismorfia del selfie.
Ya publicaciones médicas se han referido a este mal, también llamado dismorfia de Snapchat, ya que fue en esa red social donde surgieron los primeros filtros que alteraban la imagen. Antes se trataba de unas tiernas orejas de perro o unos grandes y brillantes ojos de gato. Sin embargo, con el correr de los años, estas aplicaciones se convirtieron en dispositivos de belleza, capaces de convertir a cualquier rostro en uno más acorde a los estándares de belleza. Y esto, por supuesto, es un ataque a la autoestima.
Porque resulta que los filtros aumentan el descontento con la propia imagen, ya que muchas personas ven en ellos una especie de recordatorio de que su boca no es tan prominente como la de una estrella de cine o de que no tienen una piel de porcelana. Esta falta de aceptación se traduce en problemas de autoestima que luego terminan en el quirófano. La revista estadounidense JAMA publicó un estudio que cuenta que los pacientes ya no quieren una cirugía estética para parecerse a tal o cual famoso, sino a la imagen de ellos mismos en los filtros de Instagram.
Esto, además del riesgo implícito de cualquier intervención quirúrgica, puede traer otros problemas. Por ejemplo, un exceso de botox en los labios puede deformar el resto del rostro. Por otra parte, cuando el malestar avanza y se convierte en dismorfia del selfie, escala en una obsesión sin límite por corregir pequeñas imperfecciones que nadie más ve. Por eso, es importante que tanto familias como escuelas trabajen la autoaceptación con adolescentes, que muchas veces son los más permeables a este tipo de males. Cuando las víctimas son adultos, necesitan comprender los riesgos de someterse a estas intervenciones sin causa justificada.
¿Cuál sería el ideal? Que todos podamos disfrutar de la belleza de manera natural. ¿Y ustedes? ¿Qué piensan? ¿Cómo se llevan con los filtros de rostro?